martes, 19 de mayo de 2009

Etapa 10º: Dentellada de Danilo Di Luca


Tiene Stefano Garzelli, veterano y añoso can forjado entre cumbres nevadas, un casco a decoro, pintado con los ojos y el rostro de un puma. Ventajoso. Le facilita la visión de carrera. Cuatro pupilas para su perspectiva añeja. Eterna. Los años no pasan ante los claros espejos de sus iris, fieles a su cita de esfuerzo con el Giro. Pero solo hasta el hocico, sentido el del olfato imprescindible en la captura de una fuga animosa, lleva esbozado el bravo corredor del Acqua&Sapone, en el felino que le emula. La boca y los dientes no los quiere en pintura. Mejor los reales. Famélicos. Preparados para la batida. Pero para salir de caza se precisa tenerlos afilados. Rematar entonces, como si de un puñal se tratara, a todo aquel que se atreva a evidenciar las dotes monteras. Se revela entonces el carácter insaciable de un punzante mordisco letal. Es el instinto, pues, el culpable. Connatural solo en unos pocos. En Danilo Di Luca, por ejemplo. Mortal dentellada la suya. Tiene dos tipos de muerte anunciada para sus rivales, ambas dolorosas. La rápida y funesta, que desata tormenta con ataques a ritmo de velocípedo. De teoría fácil y comprensible. Desgarro, cambio de marcha y nadie que pueda hacerle frente. Y de práctica espectacular. La que hizo suya en San Martino di Castrozza y redime en Pinerolo.


La otra, muerte lenta y flemática, la va sentenciando a lo largo de cada etapa. Con la victoria en la décima, añadida a sus anteriores puestos, acumula ya casi un minuto de ventaja respecto a sus rivales solo en bonificaciones. Un regalo que hace justicia a un sólido liderato, exprimido en sus vertiginosos y característicos cambios de ritmo, matadores para todo aquel que quiera escapar con vida a su persecución. Tiburón letal. Sentenció a Pellizotti, bala explosiva y tentadora de perdigonear un triunfo que acaricia. Tampoco fue Pinerolo puerta de entrada abierta para el italiano del Liquigas a pesar de su constancia en la breve pero decisiva subida a Pramantino, un puerto de segunda categoría que determinó la llegada, escondida entre un repecho final donde Di Luca terminó de mordisquear el intento de jaque de sus rivales. Mascó segundos el líder como antes lo había hecho el Liquigas con Stefano Garzelli, el puma que no envejece. Buscó la emulación de la mítica etapa que realizó Coppi, la misma a la que se iba a rendir homenaje en la décima del centenario, con una escapada larga, primero en compañía y tras pasar Moncenisio en solitario. Pero, como la nulación del mítico trazado, tampoco la exhibición de Garzelli acabó convirtiéndose en leyenda.

A pesar de los holgados seis minutos con los que se deleitaban sus ojos, los impresos en el casco felino y los suyos, reales y clavados ya en Pinerolo, al paso por Sestriere, el histórico e invariable, Garzelli comenzó a notar el sonido inapelable que se filtraba entre sus gafas. Directo a las retinas. Lo escuchó. Y le fue también visible. Cambiaba el viento. En su contra. Intento en vano de sacar la melancólica filarmónica, tintineo de los antiguos afiladores, para congelar el reloj y proseguir su camino de hazaña hasta la meta. Por detrás, Grivko y un luchador y combativo Giovanni Visconti se felicitaban del silencio instrumental de Garzelli para acercarse poco a poco a la cabeza de carrera. Lo que no sabían era que, a su vez, también el engullidor pelotón lo hacía, con el LPR aguzando los sentidos de caza. En el descenso de Sestriere, a Gazelli solo le quedaba algo más de un minuto de alevosía. Cazador cazado. Primero por Visconti y Grivko, cuando los lobos del Liquigas colocaron la fila cautiva en sus primeras posiciones. Sylvester Szmyd, la Fórmula 1 polaca, cambió la marcha. Bólido. Grivko desaparecía y Garzelli, con pundonor y rabia aguantaba acompañado por el ansia protagonista de Visconti. Fundidos. El del ISD se hizo de añicos cuando Pellizotti, lobo desmelenado se lanzó a por la cabeza de carrera y apegó su rueda a la del puma del Acqua&Sapone. Equivocado.


Sastre, atento

Apostó el rubio del Liquigas por la vena mordedora y eterna de Garzelli, sin percatarse de la jauría trasera, donde Di Luca restaba poderío y el grupo provocaba su selección natural. Ley de vida ciclista. Cunego fue el primero en perder de vista la cabeza de carrera. Luego, inevitable, lo haría Lance Armstrong. Aguantó el americano mejor que en los Dolomitas. Hasta que sufrió la dentellada de Di Luca. Otro tanto Gilberto Simoni y Joaquim Rodríguez. Fue la consecuencia directa de otro ataque más a cargo de Franco Pellizotti. Incansable hasta que coronó el Pramantino. No se demoró en subirse la cremallera para esconderse en sí mismo e imponerse, resignado hacia el descenso. Las cerradas y estrechas curvas, donde el rojo, acolchado especial para la ocasión rozó en ocasiones su melena, esquilada cuando Di Luca volvió a salir de caza. Boca abierta. Jadeante. Y ritmo frenético. El que acostumbra.

Poco tardó en restarle el miedo a Pellizotti, desquebrajado mientras Carlos Sastre, atento y agudo en visión, Denis Menchov y David Arroyo se acercareon tímidos a Di Luca. Incondebible. El italiano volvió a sacar sus dientes, mortíferos y terminó de sentenciar la jornada de su parte. Batida premiosa. No perdían coba Garzelli, Leipheimer, Basso y Mauricio Soler, levente retrasados pero concentrados. Nada pudieron hacer ante el mordisco de Di Luca. Matador. Llegó a la casa inspirada, a Pinerolo, con la mano en el corazón. Por empeño. Imposibilitado después cayó Pellizotti. Se propinó a sí mismo un golpe de cuello. Lamento. La dentellada ya se la había dado antes Danilo Di Luca. A él. A Sastre. A Leipheimer y a Basso. A todos los que deja separados por un muro superior al minuto con los que saldrá, imponente monarca, a labrar por las cinco tierras contrarrelojeadas del jueves

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