jueves, 9 de julio de 2009

6ta Etapa Tour 2009:La tormenta despierta a Thor Hushovd

(ciclismo a fondo) Por noruego, minúscula presencia en un pelotón francés, español e italiano como nacionalidades mayoritarias del Tour, Thor Hushovd es, excepción, adorador de las gélidas temperaturas y las nubes cerradas. Locura la del sprinter del Cervélo hacerse ciclista en un mundo, el de los pedales, monopolizado por el mes de julio y sus abrasantes rayos de sol. Calcinan cuerpo y alma durante tres semanas. Prueba de fondo. De resistencia. Examen al más fuerte. Pero la suya, por noruego es una lucha diaria. Medida por kilómetros en llano. Insano en el planeta de los Alpes y los Pirineos. No es ésa su batalla pero desdicha de cotas, aunque leves, para desplegar su potencial endiosador. Su carnet de identidad le abre el paso entre los guardianes del sprint.
Tiene piernas para cambiar de marcha en distancias cortas y planas. Abruptas. Pero también con ligero desnivel. Doble personalidad esquizofrénica. Pero en el fondo, lo de Hushovd, omnisciente báltico, es cuestión de entrono. Frío y mojado. Desarrolla entonces todas sus aptitudes, todopoderosas, que le otorgan su propio nombre.
Thor. El Dios trueno de la mitología nórdica. La suya. Allí cuando, como en los kilómetros condales de la ronda gala el piso resbaladizo en el que se convirtió el suelo por el que rodaba el Tour 44 años después de que Pérez Francés se impusiera en la etapa que llegó hasta la misma capital catalana. Aquel día, por hábito acostumbrado, no llovió sobre Barcelona. Casi medio siglo después despertaron las tormentas, por orden expreso de Hushovd. El noruego que aguó la fiesta a Freire y Rojas, los dos sprinters españoles, con olfato cuando la caravana cruzó la frontera de los Pirineos. Sin premio.

A ellos, a las cumbres nevadas que asoman en el horizonte por la ciudad condal se encomendó el Astana de Armstrong. Y de Contador. Suelo resbaladizo y nervios. Bajo el espejo de agua en el ascenso a Collsacreu por el que se reflejaban Stephane Auge, David Millar y Sylvain Chavanel, escapados desde las primera pedaladas gerundenses, el equipo de Bruyneel instauró su propio orden, responsabilidad aventajada a las 22 centésimas que sostienen el amarillo sobre Fabian Cancellara.
No querían sustos los hombres del sol y el azul turquesa, radiante en sus maillots y desaprensivo con el resto del pelotón. Implantaron disciplina al gran grupo en el ascenso de la tachuela de cuarta categoría. Rígidos. Solo un exaltado jovenzuelo consiguió salirse de sus directrices. Amets Tuxrruka logró fugarse de la sumisión para contactar con el trío cabecero, controlado siempre por el gran grupo, en distancias menores a los dos minutos. Insignificantes para el desobediente y estilizado vizcaino. Pronto cató a Millar, Augé y Chavanel. Ensayo general para Txurruka antes de la llegada de los Pirineos. Su terreno y el de su equipo.
El de su afición. A galope entre miles de seguidores caminaron también los escapados durante el escurridizo descenso mientras el Katusha, por Pozzato y el Rabobank, con Flecha abriendo terreno conocido para su compañero Freire, ávido de triunfo y más en terreno español. A las escuadras de Breukink y Serge Parsani se les unió la leve colaboración del Cervelo, desatadores de tormentas.
Millar hasta el final

Y con su blanca presencia, volvió la lluvia. Alerta. Todos los nombres y apellidos del Tour buscaban una buena colocación. Brío y mayor contacto del deseado. Lo odia Haussler, dado a la explosión de ejercicio solitario. También Michael Rogers. Y, juntos, afiladores, se fueron al suelo. Eliminación. Víctimas ambos de la propia ambición de sus escuadras, vehementes en conquistar Montjuic, donde las nubes empezaban, después de tres horas de tromba, a iluminar la llegada. Exiguo. Porque Hushovd ya había lanzado su control omnipotente. Divinidad la del noruego. Su nombre, tradicional nórdico apela al Dios Trueno.
Dicen, los crédulos, que es la deidad poseedora del control a su antojo del clima, la protección y las batallas. Por capricho elegido. Demoró así su momento y jugó el Dios de las tormentas con David Millar, valiente atacante a treinta kilómetros para el final, arriesgador sobre terreno recién fregado por la lluvia. Se le unió en su batalla Amets Txurruka en el alto de la Conreria, cuando de nuevo el Astana ponía potencial de por medio, por lluvia y peligro entendido, para cerrar filas en el pelotón. Era guerra, la de la supervivencia de fondo controlada por Bruyneel. La otra, la del riesgo sin miedo al terreno y en busca de un solo fin, el triunfo, la encerraba Thor Hushovd. Demarró, por fuerza etérea a Amets Txurruka y Remy Pauriol, que había atacado y contactado con el del Euskaltel-Euskadi y dejó soñar a Mmillar, más de minuto y siete segundos, lo que le separaba de Cancellara en la general, con el maillot amarillo. Le perdió por las anchas calles de Bbarcelona. Mortíferas para las opciones del británico.

Desapareció entonces la lluvia. Milagro, y Hushovd, como dios Trueno por identidad reconocido, se armó de su martillo de guerra. Mitología hecha realidad. Castigadora esa maza sobre la que sucumbió Millar, a dos kilómetros del final, enfilando ya Montjuic. Freire retomaba postura en cabeza. Anfitrión de galones en el regreso del Tour a España. Era su llegada.
ConCavendish técnicamente eliminado y Boonen en desconcierto por una caída en las calles de la ciudad condal que redujo sus músculos y tiró también a Koldo Fernández de Larrea, Mikel Astarloza e Igor Anton ? pesadilla de jornada para el Euskaltel- el cántabro del Rabobank se tornó en comandante desatador de la llegada a Montjuic.
A su rueda, Hsuhovd, a punto de desatar su último martillazo, por el control de batallas y clima que su deidad le otorgaba. Se abrió paso con él, como el propio todopoderoso de la mitología nórdica entre hordas de gigantes, las de Freire, lanzador impulsivo y José Joaquín Rojas, todo pundonor y ambición. Descarriada la ilusión del murciano frente al Dios Trueno, antojadizo de tormentas. Despertó la suya, desatadora de victoria para Barcelona, donde de nuevo Menchov llegó tarde.
Otro minuto más que añadir al retraso con el que mañana se subirá al tren de la montaña. A la nueva dirección, decisiva ésta, que toma el Tour de Francia.

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